Un trofeo que no oculta grietas
Los
Vegueros de Pinar del Río devolvieron a Cuba al trono de la Serie del Caribe,
55 años después que los Elefantes de Cienfuegos se coronaran por última vez en
1960.
El
equipo cubano fue de menos a más y supo aprovechar las características de la
estructura del torneo para barrer en semifinales con los Caribes de Anzoátegui venezolanos
y en la final a los Tomateros de Culiacán mexicanos.
Casualmente,
el héroe indiscutible del partido decisivo fue el derecho Yosvani Torres, el
mismo que desde la lomita condujo a los pinareños a ganar el título nacional de
la Isla, lo cual les abrió las puertas, al menos a un selecto grupo de
vueltabajeros, a esta lid caribeña.
Inmenso también
estuvo el veterano Frederich Cepeda, Jugador Más Valioso del torneo. Grandes
actuaciones regaló el jovencito Héctor Mendoza (confieso que era mi preferido
para MVP), un relevista con “bola de humo” que ganó el partido ante los
Cangrejeros de Santurce en la ronda eliminatoria y preservó los triunfos ante
Venezuela y México en la etapa de muerte súbita.
Sin embargo, el
certamen caribeño recordó viejas grietas y destapó otras nuevas que padece el
béisbol cubano y que un trofeo, por mucho que se disfrute, no pueden tapar así
no más.
Hoy,
aunque duela decirlo, Cuba no es la dominadora del área por mucho que se haya
alzado con el título de Campeón, al cual llegaron, en gran medida, gracias a la
estructura competitiva de un certamen que, como todos, está organizado para
recaudar dinero.
El
aislamiento que vive la Serie Nacional cubana con respecto a otras en el mundo,
le está haciendo difícil la reinserción a los peloteros cubanos, que por
décadas se acostumbraron a arrasar en cuanto torneo amateur participaban, ante
rivales de poca monta, jóvenes inexpertos o veteranos que nunca tuvieron la
calidad suficiente para firmar como profesionales.
Cuba
se embriagó con el humo de victorias pírricas, que celebraban con la pomposidad
de quien venció a un poderoso ejército enemigo y esa borrachera le impidió ver
que el mundo cambiaba a su alrededor.
La
pelota antillana tiene profundos problemas estructurales y conceptuales que se
agravan por la excesiva politización de cada esfera de la vida en la Mayor de
las Antillas.
Se
imponen cambios radicales, pero muchos encargados de llevarlos adelante parecen
temerle al porvenir o al “terremoto político” que esos cambios significarían
para un pueblo que, en su mayoría, no entiende que nuestras series nacionales carecen
de la calidad necesaria.
Que
vencimos. Me alegro. ¿Pero cómo vencimos? Las glorias no deben poderle a las
memorias. Fuimos con toda la artillería adonde nadie fue con otra cosa que
fusiles semiautomáticos, y así y todo perdimos la misma cantidad de juegos que
ganamos. Pongámoslo más claro: en un Clásico Mundial estaríamos casi con los
mismos peloteros, pero los adversarios, no. Así que saquen ustedes las cuentas.
Qué
bueno por “Pinar”, aunque no pudo celebrar con su camiseta verde. Contento por
lo que mostró Héctor Mendoza, Yosvani Torres, William Saavedra, Norge Luis
Ruiz, Liván Moinelo. Felicidades para la vieja guardia del “team” Cuba, y para
Alfonso Urquiola, que sufrió lo indecible y al final se demostró que tiene su
“aché” para ganar títulos.
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