Una proeza del deporte cubano
Transcurría el mes de agosto de 1978
y en la ciudad de Leningrado las bajas temperaturas se vieron amenazadas por la
llegada, procedente del Caribe, del calor humano, la alegría y las aspiraciones
del equipo femenino cubano de voleibol.
Era la tercera participación de Cuba
en estas lides. Directivos y jugadoras sabían que ya no era una quimera escalar
el podio de premiaciones en Mundiales.
Pese a las dificultades afrontadas
durante la preparación, poco antes del inicio del certamen el seleccionado
cubano tuvo una semana de entrenamiento junto al equipo de la antigua
Checoslovaquia, compensando así la falta de topes de calidad en la etapa
precompetitiva.
Durante todo el evento mundialista
el equipo jugó con un sistema 4-2 por contar con dos formidables pasadoras,
Imilsis y Ana María, así como con cuatro magníficas atacadoras, “Mamita”,
Nelly, Pomares y Lucila.
En los tres primeros encuentros de
la fase eliminatoria las cubanitas se impusieron a Perú (3-0), Holanda (3-0) y la
desaparecida Yugoslavia (3-1).
La casualidad decidió en el sorteo
que los eternos rivales del área (Cuba y Estados Unidos) toparan entre sí en la
jornada inicial de semifinales. Aunque las antillanas eran las favoritas,
tenían a su estelar atacadora Nelly Barnet lesionada y en ese momento no se
vislumbraba una reserva de su calibre. Días después la cancha demostró lo
contrario, Erenia Díaz la sustituyó de manera brillante.
Por su parte las norteñas estaban
confiadas en poder detener la potente ofensiva de las cubanas. Poco antes del
partido Eugenio George comentó: “Realmente no me preocupa mucho el resultado de
este encuentro, aunque debo reconocer el
aumento cualitativo del seleccionado norteamericano que, según varios de mis
colegas, puede sorprender a cualquiera de los punteros”.
En sólo una hora y cinco minutos las
criollas vencieron 3-0 (15-8, 15-9, 15-10).
Luego vendrían otras cuatro
victorias por 3-0, frente a Japón, República Democrática Alemana, Perú y
Checoslovaquia, hasta llegar al choque con la potente Unión Soviética, su más
fuerte rival, derrotándolas 3-1 (12-15, 16-14, 15-10 y 15-12).
En el partido por la medalla de oro
Cuba venció 3-0 a
Japón (15-6, 15-9 y 15-10). Nuestras jugadoras dominaron a las niponas a fuerza
de remates prácticamente incontenibles. Para la gran mayoría de los técnicos,
el ataque de las criollitas sólo podía ser superado por equipos masculinos de
alta calidad.
La misma noche en que el equipo
cubano alcanzó la medalla de oro, Mercedes Pérez, aún eufórica por la victoria
y por haber sido seleccionada la Mejor
Jugadora del Mundial expresó: “Ha sido el
sueño de mi vida convertido en realidad y mi mayor emoción en los 13
años que llevo en el equipo. Dedico este triunfo al Comandante en Jefe Fidel Castro
y a todo el pueblo cubano que tanto nos ha alentado”.
Mercedes Pomares, elegida la Mejor Atacadora del campeonato,
manifestó vivir la mejor noche de su vida junto a sus compañeras, a la vez que
dedicó el triunfo a Vilma Espín y a todo el pueblo cubano.
Bajo la pupila de Eugenio George y
Antonio Perdomo, la selección cubana conquistó, de manera invicta, el oro que
iluminó por décadas el camino de este deporte, sumando después triunfos en
otras dos citas del orbe y tres olímpicas con equipos que protagonizaron los
momentos más relevantes del voleibol femenino.
Cuba se convirtió en la primera
nación del continente americano que alcanzaba medallas en uno y otro sexo, pues
en Roma, ese propio año 1978, el equipo varonil aseguró bronce.
El pasado 6 de septiembre, día del
voleibol cubano, las nuevas generaciones celebraron el 36 Aniversario de esta
gran victoria junto a entrenadores y glorias del deporte de la malla alta con
el compromiso de trabajar duro para rescatar los espacios perdidos
internacionalmente.
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