El error de Blatter
Quizá arrastrado por la tentación de
un auditorio joven que le demostraba cierta risa fácil, Joseph Blatter se dejó
llevar por el histrionismo y cometió un error político: valoró, según su gusto
personal, a Lionel Messi por sobre Cristiano Ronaldo.
Su rodeo interminable acerca de lo
buen jugador que era uno y otro finalizó con una frase que buscaba ser neutral
(“Los dos son jugadores excepcionales”) y con un agregado que logró derribar
todo el armado anterior hasta tirarlo por la borda (“Pero yo prefiero a Mecí”).
En la cabeza del máximo dirigente de la
FIFA, el discurso planteaba un doble razonamiento:
objetivamente son distintos y muy buenos, subjetivamente prefiero al argentino.
Por supuesto, la sutileza no alcanzó para salvarlo de la
condena inmediata. Y llegó, no tanto por la declaración de preferencia
explícita hacia Messi, sino por toda la perorata anterior, que incluyó una
imitación bastante pobre de Cristiano y un calificativo para el portugués que
sólo podría ocurrírsele a un hombre del poder: comandante.
Cuidado: no es que Cristiano Ronaldo
sea un personaje particularmente simpático. Tiene detractores que le critican
sus posturas de cuando en cuando exageradas y su manía particular con la
estética. Pero Blatter no puede ser uno de ellos. No le corresponde en su rol
de mandamás, de guardián de las leyes del fútbol y, sobre todo, de político
poderoso, público y notorio, con todo lo que esto implica. De hecho, ni
siquiera le conviene.
Posiblemente, el suizo haya querido
explotar a su favor la unanimidad de Messi frente a un pequeño grupo de
admiradores que lo iban escuchando embelesados. Empezó hablando de su simpatía
general, escuchó la reacción favorable y, habiendo confundido su rol de vocero
con el de un carismático predicador, se pasó hacia un lugar que lo excedía.
Incluso se animó a hablar del gasto en peluquería de uno y otro jugador. ¿Para
qué?
En su disculpa a Cristiano Ronaldo,
tras el reclamo airado del delantero de Real Madrid (“Él va a seguir siendo
testigo de los éxitos de sus equipos y jugadores favoritos”), Blatter aseguró
que vertió sus declaraciones en un ámbito “privado”. Posiblemente allí
estuviera su mayor tropiezo, su más grande confusión. Toda declaración de un
político sobre un escenario es pública, y más en una era de video fácil y
movimiento perpetuo de la información.
En la intimidad real, en una cena,
junto a su familia, el suizo puede opinar lo que se le dé la gana. Pero
enemistarse tontamente con la mitad del planeta futbolero, con los
simpatizantes de Ronaldo y el Madrid, es una tontería que se puede evitar con
frases de ocasión. Establecer públicamente su preferencia, quedó asentado,
puede traerle problemas, incluso si es una preferencia sincera e incluso si esa
preferencia no impide que él lleve a cabo sus tareas con imparcialidad.
En el ámbito de Oxford, frente a
esos estudiantes que reían, Blatter debió haber sido más soso, más político,
menos simpático, menos demagogo. Lo mataron las ganas de caerle bien a esa
gente, en ese momento. Como un guiño a los “messistas” que lo iban escuchando,
se dejó llevar y se alineó en una visión robótica de Ronaldo que pregonan sus
detractores. En la prolongada justificación de su gusto personal fue cavando su
fosa.
No pareció hacerlo con malicia, sino
con falta de un tacto que lo dejara en el eterno mundo de la imparcialidad que
siempre vino manejando. Ése que le impidió ser lacerado por denuncias de
corrupción, por elecciones adelantadas de sedes mundialistas. Una nimiedad
dialéctica hizo bastante más daño a su imagen pública que todos los errores
pregonados de gestión.
Así, tan caro, le costó hablar de
más. Porque fue torpe en su manejo de imagen pública, al punto de que un
jugador de fútbol terminó dejándolo mal parado. Increíble en un hombre de
tantos años en el poder: le falló la política.
Quizá valga la pena pensar en una
intencionalidad. ¿Por qué habrá hecho Blatter lo que hizo? ¿Se sentirá inmune?
¿Se habrá despreocupado pensando en el final de su mandato? ¿Será la vejez?
¿Tendrá una agenda escondida? Después de todo, como asegura el colega Gustavo
Bruzos, los tipos como él nunca se equivocan.
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